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Hoy te contaré del día que te fuiste

Ya no quiero contar los años que pasaron desde tu partida. Solo sé que recientemente conmemoramos un año más de que te dejamos de ver. No he podido olvidarme -y no creo que pueda hacerlo- de aquél lunes 24 de de marzo que celebrábamos a regañadientes el cumpleaños de Gloria Calcáneo, ya tu sabes lo complicado que resulta entenderla a veces, si se acuerda uno de ella es malo y si no se acuerda uno de ella resulta peor. Así que aquella tarde -a pesar de su negativa- nos dispusimos a celebrar su cumpleaños y habíamos comprado un pastel, mis hermanas habían preparado algo de comida me parece y yo había comprado unas cuantas cervezas para pasarla lo más alegre que se pudiera ese día.

Mis hermanas y yo decidimos sentarnos en la sala con Gloria mientras que se partía el pastel y hacer todo lo propio juntos con nuestros hijos, para ese momento ya alguien había puesto algo de música en ese estéreo tuyo que pocas veces volvió a sonar desde aquella vez. Estábamos en medio de la celebración cuando tú llegaste con algunas cheves “entre pecho y espalda”. Recuerdo que te pregunté si querías una cerveza –aunque yo ya anticipaba la respuesta pues nunca tomaste conmigo- e inmediatamente me respondiste con movimientos tambaleantes y con ademanes de negación un rotundo “no”.

Aquella fue la última vez que te vi de pie, con vida, hablando aunque en estado de ebriedad, lejos de imaginar que esa sería la imagen que me quedaría grabada para siempre de ti y de que ya no te vería más de pie, con vida, aunque fuera así, ebrio. El jueves siguiente, yo acababa de regresar de Teapa a casa, cuando recibí una llamada de mi mamá Gloria para avisarme que te estaban llevando en ese momento al hospital por que te habías puesto mal de salud, para cuando eso pasó yo estaba terminando de cenar y aun luego de la llamada no le di la importancia debida al asunto, incluso le dije a mi mamá que se calmara que todo estaría bien y que yo pasaría a verte en los días siguientes a la casa para ver como seguías.

No recuerdo bien si vi la televisión todavía pero sí recuerdo que comenté con Marisa lo sucedido y como siempre me incitó a ir a verte o al menos hablarle al día siguiente a mi mamá para preguntarle por ti, quiero pensar que incluso Marisa había notado en mi cierta indiferencia por el hecho.


Cuando me dispuse a dormir, y a pesar del cansancio que siempre implicaba para mí el hecho de viajar todos los días de Villahermosa a Teapa y viceversa no me fue posible conciliar el sueño, intenté dormirme de todas las formas y nada, simplemente no dejaba de pensar en lo que pasaba, era como si algo o alguien me dijera “no te duermas”, “necesitar ir a ver lo que está pasando”, en fin.

Luego de varios intentos por dormir y de tantas sensaciones extrañas por fin “me cayó el veinte”, le dije a Marisa en voz baja que algo no andaba bien, que tenía una sensación extraña que no me dejaba dormir y que me iría en ese momento al hospital a ver lo que estaba pasando contigo. Marisa me hizo el favor de llamar un taxi mientras yo me vestía y me fui al Hospital Rovirosa.

Cuando llegué a ese lugar, tuve la sensación de pies de plomo, subía por esa rampa de ambulancias y no terminaba de llegar. Cuando llegue ahí supe la realidad, mi realidad, tu realidad. Mis hermanas me alertaron de lo delicado de la situación, de cómo habías llegado inconsciente al hospital y de cómo para entonces tu rostro estaba muy deformado por una parálisis facial y tus balbuceos y palabras incoherentes eran nada comparado con que no reconocías más que a mi hermana Alma y a mi mamá.

Los pronósticos según mis hermanas -que para cuando yo llegué ya había hablado con uno de los médicos- eran los peores, habías sufrido una derrame cerebral y era poco probable que te recuperara de esa situación.

Un par de horas después el pronóstico se hizo realidad, te declararon con muerte cerebral y desde ese momento solo era cosa de esperar lo irremediable y eso podría llevar horas, días o meses quizá. Recuerdo que junto con mis hermanos fuimos pasando a verte en aquella cama donde una chica te daba respiración manualmente con una especie de botellón de agua flexible adaptado a una cánula que tú tenías en la boca.

Te hablamos de todo, unos te pidieron perdón, otros quizá solamente queríamos saber si era posible que nos escucharas, en mi caso para decirte que mucho de lo que había logrado hacer en mi vida, irónicamente había sido gracias a lo que no habías hecho por mí, aunque no tengo claro si en mi tono hiriente –como dice mi hermano- o de agradecimiento.

Sabía que ya no volvería a verte nunca más de pie, sabía que tenía que hablarte de todo lo que hubiera querido hablarte en otro momento, que ese era el momento de poder conversar contigo como nunca antes, a pesar de la compañía indeseable y la frialdad de la chica que no dejaba de darte respiración sin voltear a verte sino que por el contrario leía un puño de hojas –preparándose para un examen de medicina a lo mejor- apoyándolas sobre ti para una mejor lectura.

Nunca supe si mi mamá se hubiera resignado alguna vez a tu pérdida, de lo que si estoy seguro es que fue bastante fuerte al irse a la casa a preparar todo lo necesario para esperar tu regreso aunque fuera en un ataúd. Al día siguiente por la tarde la hora llegó, nos avisaron de tu deceso y el caos comenzó. En eso momento -solamente en ese momento- me di cuenta que era yo tan vulnerable como cualquier otra persona, ya que antes de eso yo creía tontamente que se podrían morir los papás de cualquier otra persona menos los míos. Que insensatez.

Habías muerto, y tu hijo mayor, varón, el mismo que muchas veces había renegado de ti y de tu paternidad, estaba zambullido en pozo de recuerdos y palabras, frases, regaños, lamentándose de tu partida y de lo mucho que hubiera podido abrazarte la última vez que te vi con vida tres días antes. Recuerdo haber hecho la preparación de la papelería correspondiente pero no recuerdo el orden, no obste puedo recordar que Gloria me había dado la ropa con la que te debía vestir a la hora que me fuera entregado tu cuerpo.

Cuando llegamos al hospital para que nos hicieras la entrega de tus restos mortales, mi cuñado David me acompañaba junto con Enrique el chavo de la funerario, quien además es un viejo amigo de la familia a quien solo vemos de cerca y conversamos con él esos días tristes como este que hoy recuerdo y a quien dicho sea de paso, por razón de su oficio le apodan “el muerto”.

Al ir a las planchas del hospital a buscarte, fue terrible verte sin ropa, con una especie pañal de tela solamente, cuando tú en vida habías sido tan friolento y que en días de lluvia solías vestirte con tus viejas camisas de Pemex y tus playeras debajo además de tu dos colchas para dormir. Al momento que Enrique me pidió el apoyo para pasarte de la plancha a la caja y después poder vestirte, tuve que tomarte de los brazos para cargarte y al final no pude hacerlo ya que al tomar tus brazos sentí la rigidez de tu cuerpo inerte y recordé la fuerza de tus brazos en vida, tus brazos de herrero, tus brazos forjados a base de marro y segueta.

David y Enrique terminaron de vestirte mientras yo me tiraba en piso a llorar como un niño desconsolado. Después te llevamos a casa donde ya te esperaba Gloria, tus hermanos, los vecinos, mis hermanos, mi mami y mis tíos. De lo que pasó luego recuerdo solo imágenes borrosas, te llevamos al panteón junto a mi abuela Eloisa, tu mamá, tal como tú lo hubieras querido -estoy seguro- ya que tu madre lo fue todo para ti, estando siempre incluso antes que nosotros y Gloria, a pesar de nuestros pesares por ello y que con el tiempo los hemos superado con creces.

Creo que la idea de escribir este intento de relato, más que para que lo sepas -que creo que lo sabes-, es para que yo mismo lo recuerde y lo mantenga tan fresco a pesar de los años, para no olvidar lo frágil que somos, que soy, y que son las gentes que quiero; que se pueden morir ellos como cualquier persona ya que no gozan de inmunidad por el hecho de ser mi seres queridos, y que siempre debo decirles lo mucho que me importan y lo mucho que han contribuido a mi felicidad tal como no pude hacerlo contigo hasta el día que estabas en esa fría cama del hospital.

Los días pasaron después de tu deceso, semanas enteras sin poder olvidar la rigidez de tus brazos aquel día en el servicio forense, y ni que decir de la petición de mi madre de que abrieran la caja de tus restos mortales para darte una bendición tocando tu frente y diciéndote palabras que todavía hoy calan profundamente mi alma y vuelven a estremecerme cada vez que las escucho en mi mente.

Gloria no volvió a ser la misma, envejeció tan rápido como te dimos sepultura, la mitad de su vida se fue contigo en aquella bendición que vino a esclarecer muchas cosas, como el hecho de que se aguantara todo lo que le hiciste y que luego quisiste recompensar pero no te alcanzó el tiempo, o mejor dicho, porque el tiempo te alcanzó a ti ya no lo hiciste, el tiempo de tu partida.

Gloria te quiso como a nadie, tal vez no más que a nosotros pero si más que a ella misma, de eso no me cabe la menor duda, no sé si alguna vez me han querido así como a ti pero me gustaría mucho que fuera así. Mi madre se empezó a morir desde que tu moriste y muchas veces a externado su deseo de morirse para irse junto a ti. No sé si donde estés puedas leer lo que te escribo o si ya lo leíste de antemano desde el mismo momento en que lo estoy pensando, no lo sé, pero siento una necesidad inmensa de que así sea para poderte pedir que llegado el momento, puedas recompensar a mi mamá tanto como lo que te faltó y mucho más.

Te lo pido por lo que no le diste, por lo que no le hemos dado nosotros, por lo que te faltó darle, por lo que no quisiste darle en su momento, por lo que quisiste darle y no pudiste, por los pesares que le causaste, por la felicidad de los 6 hijos y las infelicidades que luego le dimos nosotros con nuestras travesuras de niño y nuestra conducta e incomprensión de adultos, por los dolores de partos en el hospital y las esperar interminables para dar a luz al más querido de sus hijos en un cuarto de vecindad, por tus olvidos y tus infidelidades, en fin; por todo eso que quedó pendiente y que estoy seguro fue lo que recordaste esa noche en que moribundo le hablaste a Gloria con aparente incoherencia, diciéndole frases de antaño, como cuando novios, como en los viejos tiempos, los mejores.

Hoy solo me resta esperar también a tener una segunda oportunidad -aunque sea breve-, de volver a verte y darte un fuerte abrazo y decirte “gracias por todo”, lo deseo tanto que a medida que pasa el tiempo me convenzo cada vez más que podré hacerlo realidad alguna vez. Hasta entonces Papá, hasta siempre.

Antonio

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